¿Controlamos nuestras
Vidas?
Un hecho fortuito, una decisión no premeditada o una simple
casualidad pueden cambiar nuestras vidas. Orgullosos, creemos que lo
controlamos todo, pero... ¿realmente lo hacemos con lo que pensamos o
decidimos?
Historia uno: "Apresurada, bajaba las escaleras hacia
el andén. Una niña subía por ellas; tuvo que desviarse levemente para no
tropezar con ella. Por un segundo no llegó a tiempo. Tuvo que esperar el
siguiente metro. Cuando llegó a casa, se encontró a su pareja atendiendo sus
quehaceres habituales". Historia dos: "Apresurada, bajaba las
escaleras hacia el andén; llegó justo antes de que se cerraran las puertas.
Subió al metro y al llegar a casa, antes de lo habitual, pilló a su pareja con
otra mujer". Quien haya visto la película Dos vidas en un instante
reconocerá que estas historias se basan en ella. El resto del filme es el
transcurrir de las dos vidas que hubiera tenido la misma persona cogiendo o no
ese metro. Existencias totalmente opuestas. Desencadenadas por la niña que
subía por la escalera. ¿Increíble? No. Nuestra vida es así.
"Muchos estudios demuestran lo patéticas que pueden
resultar las justificaciones que damos a nuestros comportamientos""Si
analizamos nuestro devenir, nos damos cuenta de que parecemos mecidos por el
viento"
Los caprichos del
universo
" Todas las cosas están unidas entre sí, de tal modo
que no puedes agitar una flor sin trastornar una estrella"(Francis
Thompson)
Si damos marcha atrás mentalmente y analizamos nuestro
devenir, nos damos cuenta de que, en cierto modo, parecemos mecidos por el
viento. Pensemos en por qué vivimos en nuestra casa o por qué trabajamos donde
lo hacemos. Podemos encontrar respuestas del estilo: "Decidimos vivir en
esta casa porque un día fuimos a una obra de teatro y al pasar por esa calle,
la vimos en venta y nos encantó. Y decidimos ir a esa actuación porque por
casualidad esa semana nos encontramos a Pepito y nos la recomendó. Hacía años
que no veíamos a Pepito".
Cualquier acción por nimia que sea puede acarrear
consecuencias insospechadas. Estamos aquí porque nuestros padres el día de
nuestra concepción se dedicaron a sus afanes amorosos; si ese día hubieran ido
al cine... Somos hijos del azar. O, dicho de otra forma, el destino lo tejen
variaciones infinitesimales de factores que a veces ni conocemos.
En ocasiones, sobre todo cuando sucede alguna desgracia, a
nuestra mente le puede dar por torturarnos: "¿Y si no lo hubiera llamado?
Entonces no habría ido a... y no hubiera tenido el accidente".
Una de las asignaturas que imparto en la universidad se
llama educación para la salud. Les explico a mis alumnos cómo deben motivar y
enseñar a las personas a comportarse de una forma saludable: alimentación sana,
ejercicio físico, reducción del estrés... Mejorar la salud es un objetivo
bienintencionado, pero la intención no es lo único que cuenta. Si los
profesionales nos pasamos la vida mandando mensajes del tipo: "No
bebas", "Come más verduras", "Haz más deporte"...,
¿qué puede pasar cuando alguien enferma? ¡Que se sienta culpable! Enfermo y
encima cargando con el peso de que quizá no ha comido suficientes lechugas. La
salud y la enfermedad no dependen únicamente de nuestra conducta; también hay
factores ambientales y genéticos. Tenemos que cuidarnos, claro está, pero no
caigamos en la trampa de tener como certeza que la salud depende completamente
de nosotros. Nada depende enteramente de nosotros. Tenemos que ser proactivos,
cuidar nuestra salud y perseguir nuestros anhelos, pero teniendo en cuenta que
en el universo puede haber una mariposa volando que interfiera en nuestros
planes.
¿Control o ilusión?
"La mente es un
profundo océano, pero nosotros solo logramos ser conscientes de la leve espuma
de la superficie" (Henry Laborit)
Al orgullo que caracteriza nuestra especie siempre le queda
pensar que aunque no puede controlar del todo lo de fuera, sí controla "lo
de dentro". ¿Realmente controlamos lo que pensamos, lo que decidimos? Uno
de los experimentos más conocidos al respecto fue realizado por Libet en la
década de los ochenta. Antes de flexionar un dedo, en el cerebro se produce una
determinada actividad eléctrica denominada "potencial de disposición"
550 milisegundos antes de que se lleve a cabo el movimiento.
Los sujetos del experimento estaban colocados ante un
cronómetro que debían ir mirando e indicar en qué momento decidían mover el
dedo. Esto es, tenían que señalar en qué posición se hallaba la aguja del
cronómetro al tomar la decisión. El sorprendente resultado fue que la decisión
se tomó 350 milisegundos después del potencial de disposición. Resumiendo:
nuestro cerebro se dispone a mover el dedo, luego nos da la sensación de que lo
decidimos conscientemente y finalmente lo movemos.
Cuando pensamos que estamos tomando una decisión, en
realidad no hacemos más que contemplar una especie de vídeo interno retardado
(concretamente, 300 milisegundos) de la auténtica decisión que tuvo lugar
inconscientemente en nuestro cerebro. No es que las decisiones las tome nuestro
vecino; las tomamos nosotros, pero no nuestra parte consciente, sino la
inconsciente. Parece que nuestro yo consciente sea un puro observador. La
conclusión de este estudio puede resultar difícil de encajar a nuestra parte
prepotente.
Nuestra reacción ante este tipo de evidencias la retrató a
la perfección Sigmund Freud: "En el transcurso del tiempo, la humanidad
tuvo que soportar tres grandes atentados de manos de la ciencia contra su
ingenuo amor propio: el descubrimiento de que nuestro mundo no es el centro de las
esferas celestes, sino un punto en un vasto universo; el descubrimiento de que
no se nos creó de forma especial, sino que descendemos de los animales, y el
descubrimiento de que a menudo nuestra mente consciente no controla nuestra
forma de actuar, sino que simplemente nos cuenta un cuento sobre nuestras
acciones".
Justificaciones
inventadas
"Primero hacemos
las cosas y después las justificamos"(Juan José Millás)
Nos cuesta mucho digerir que nuestro cerebro decide por
nosotros, pensamos que decidimos conscientemente. Cuando preguntamos a alguien
el porqué de su comportamiento, pocas veces nos dirá que no lo sabe muy bien,
en bastantes ocasiones nos dará una explicación y normalmente muy lógica.
Muchos estudios demuestran lo patéticas que pueden resultar estas
justificaciones.
Uno de ellos es el realizado por Peter Johansson y Lars Hall
en el año 2005. Los investigadores mostraron a los participantes parejas de
fotografías para que eligieran aquella cara que les pareciera más atractiva.
Cada sujeto debía escoger y justificar su elección. Lo que no sabía es que,
mediante un sencillo juego de manos, el experimentador había cambiado su
primera opción por la contraria. Esto es, entregaba al sujeto la cara que
precisamente no había elegido. Así que el participante acaba justificando la
elección que nunca había hecho. El 70% de los participantes no se percataron
del engaño e inventaban los motivos. Uno podía decir, por ejemplo, que elegía
una cara porque le gustaban las mujeres con gafas y haber elegido la foto de
una mujer sin gafas. En nuestras vidas, ¿cuántas justificaciones nos debemos
sacar del bolsillo?
Parece que no controlamos mucho ni lo de fuera ni lo de
dentro. Y, sin embargo, vivimos como si todo dependiera exclusivamente de
nosotros. Así, tenemos tendencia a sentirnos culpables por infortunios
moldeados por corrientes invisibles, a desilusionarnos cuando no se cumplen
nuestras detalladas expectativas, a rompernos la cabeza indagando porqués
cuando se esconden en los designios inescrutables de nuestros pensamientos
subterráneos... Si fuéramos más humildes respecto a nuestra capacidad de
control, sufriríamos menos.
Ya lo dijo Oscar Wilde en el Retrato de Dorian Gray:
"La vida no la gobiernan ni la voluntad ni la intención. La vida es una
cuestión de nervios, de fibras y de células lentamente elaboradas en las que se
esconde el pensamiento y donde la pasión tiene sus sueños. Quizá te imagines
que estás a salvo y te crees fuerte. Pero un matiz causal de color en una
habitación o en el cielo de la mañana, o un perfume particular que una vez te
gustó y que te trae sutiles recuerdo, un verso de un poema olvidado con el que
de nuevo tropiezas, una candencia de una obra musical que hayas dejado de
tocar... Te digo, Dorian, que es de cosas como esas de las que dependen
nuestras vidas".
No hay mal que por
bien no venga
Un día, el emperador Akbar y su gran visir Birbal salieron
camino de la selva. Iban a la caza del tigre de Bengala. El emperador marchaba
delante, pero -¡qué mala suerte!- se disparó el fusil y se hirió en un dedo. El
visir Birbal le entablilló el dedo. Mientras lo hacía, le animaba con una serie
de reflexiones muy sencillas:
-Majestad, nunca sabemos qué es lo bueno y qué es lo malo.
Qué sabemos de lo que puede sucederle gracias a la herida. El emperador montó
en cólera; no podía aguantar filosofía barata y arrojó a un pozo a su gran
visir y siguió su camino por la selva. Pero le salió al encuentro un grupo de
guerreros salvajes que buscaban una víctima digna para ofrecer a sus dioses.
Cuando todo estaba preparado para el sacrificio humano, el hechicero se acercó
al emperador y en cuanto se dio cuenta de la mano herida lo rechazó; no se
podía ofrecer a los dioses una víctima que no fuera perfecta. Así fue como el
emperador quedó libre de nuevo.
Mientras que Akbar caminaba por el sendero, comprendió la
sabiduría de aquellas palabras de su visir: lo que al principio parecía malo,
había sido muy bueno para él. Lloró de rabia y se inclinó de rodillas delante
del pozo donde había arrojado a su fiel amigo. Pero Birbal no había muerto. Le
sacó lleno de alegría y se arrojó a sus pies pidiéndole perdón. El visir le
contestó: "Majestad, no tiene por qué pedirme perdón; le debo la vida. Si
no me hubiera arrojado al pozo, nos habrían capturado a los dos; su majestad se
habría librado, pero yo sería ahora la víctima del sacrificio".http://www.radiouniversoperu.tk/
No hay comentarios:
Publicar un comentario